La elección hecha de un sitio abrigado por la cedrera y un poco por lo parejo del llano parecía bastante acertada, si se atiende a que, según todos los indicios, los remolinos que se levantaban allá por la Rosa de Castilla golpearían con menos fuerza el edificio donde se erigiría la estación del ferrocarril.

La dueña del predio, doña Francisca Campos de Acha y su esposo don Eugenio Acha, llegaron a caballo en compañía de los ingenieros y los funcionarios de la empresa ferroviaria, a las inmediaciones  de la Hacienda de San Francisco y a las faldas del Cerro Colorado para conocer el avance de la obra.

El rumor de las máquinas era seguido con detenimiento. Personas de todas las clases sociales de Uruapan, movidas por la novedad y el conocimiento, se enteraban para que nadie se los contara. Desde la sombra de un frondoso capulín, delante o detrás de los carruajes, a veces uno solo, a veces dos o en familia, permaneciendo constantemente con ojo avizor, apenas si distinguían a la distancia la muchedumbre de trabajadores, unos pringosos por la grasa, otros empolvados pero felices todos.

Los marros producían un lúgubre son al golpear los clavos que se hundían en los durmientes de encino. Alguno más atrevido se cercioraba sobre los otros componentes que tiene un riel como son la planchuela y el aletón. La vía férrea se acercaba más a Uruapan. Todos estos preparativos que tenían no pocos puntos de semejanza con lo acontecido en Morelia y Pátzcuaro, que se vieron beneficiadas por este medio de comunicación, ahora estaba a la vuelta de la esquina. Cuando la locomotora arribó a la estación de Pátzcuaro, en 1886, el General Mariano Jiménez, a la postre Gobernador de Michoacán, se manifestó en la voluntad de correr riesgos y anunció con desbordado optimismo que los trabajos continuarían hasta Uruapan.

Sin embargo, las secuelas del aprovechamiento forestal de la empresa maderera Lumber company se dejan sentir hasta nuestros días en el Lago de Pátzcuaro.

En febrero de 1897, todo se llevó a cabo según había ordenado el gobierno porfirista para dar certidumbre y garantías a la Compañía del Ferrocarril de México. Se firmó el contrato correspondiente. Se comenzarían de inmediato las obras con el propósito de concluir el proyecto en enero de 1898. Respecto a los recursos aportados, el gobierno Federal otorgó un subsidio de $5.000 (cinco mil pesos) por kilómetro, en bonos de la Deuda Consolidada, mientras que lo asignado por el Gobierno del Estado acusó la cantidad de $160,000 (ciento sesenta mil pesos) para todo el tendido férreo, sin importar cuántos kilómetros pudiera tener éste.

Bajo este punto son interesantísimas las revelaciones que nos ofrece la escritura pública de compra-venta (Número 1060) de una fracción de terreno de la señora Francisca Campos de Acha a favor de la Compañía del Ferrocarril Nacional Mexicano, firmada por el escribano Licenciado José Uribe:

«En la Ciudad de Uruapan, a las once de la mañana del día treinta de septiembre de mil ochocientos noventa y ocho, ante el suscrto escribano público y testigos que al fin comparecieron los señores doña Francisca Campos y su esposo don Eugenio Acha, ambos de treinta y cuatro años de edad, sin profesión la primera y agricultor el segundo, los dos de este domicilio, con habitación común en la casa número seis de la primera Calle de Morelos, con capacidad legal para contratar y obligarse de lo que doy fe y de conocerla en sus personas, expuesta la señora Campos: que procediendo con la licencia respectiva de su citado esposo, quien por ante mí se le concede en este acto, de lo que también doy fe, vende en venta real y para siempre a favor de la Compañía del Ferrocarril Nacional Mexicano, representada por el señor Gilberto P. De Wolf, una fracción de terreno situada a inmediaciones de esta ciudad, colinda al oriente, con una superficie de treinta y tres hectáreas, cuarenta y una centiáreas..»

Como es natural, la cantidad convenida fue: «De diez mil trecientos ochenta y seis pesos cuarenta y dos centavos, que en este acto recibe en cinco letras de cambio de dos mil pesos cada una, giradas a favor por el pagador señor John H. Cobbs, y aprobadas por el superintendente de construcción, señor George Dobe Watley, contra el subtesorero de la compañía del Ferrocarril Nacional Mexicano, en la ciudad de México, Señor J.M. Frager, y trescientos ochenta y seis pesos cuarenta y dos centavos, en moneda corriente».

No es por casualidad que los testigos representaran a la vida social uruapense: «Carlos Melgoza y Miguel Cuadra, veintisiete y veintitrés años de edad respectivamente, célebre comerciante el primero y escribiente el segundo, ambos de este domicilio, con habitación aquél en la tienda llamada La Isla de Cuba, del portal Zaragoza, y éste en la casa número uno de la primera calle de La Industria, los dos con aptitud legal y personas de mi conocimiento..»

Entre las muchas cosas que fueron referidas, hay una que se quedó grabada en la memoria de Uruapan con caracteres indelebles. La señora Jesús Anaya, esposa del Gobernador del Estado, con residencia en Uruapan, «Murió de un mal crónico y prolongado». Las exequias a cuyo efecto encabezó don Aristeo Mercado, «Esposo, amante y hombre de corazón», y sus hijas Angela y Maclovia, ensimismaron el ánimo de uruapenses que tenían en alto aprecio a tan respetable dama.

La crónica corrobora este triste hecho. «La ciudad de Uruapan que ve en el señor D. Aristeo Mercado, más que al gobernador al amigo querido, vistió también luctuoso duelo y todo el comercio desde la amplia anchurosa casa importadora hasta la humilde tienda entre cerraron sus puertas en señal de duelo.»

Los estragos empero que todos estos hechos produjeron entre los ciudadanos, se disiparon no en el festejo de la Nochebuena al que acudieron John H. Cobbs, James Slade, famoso por sus aserraderos, W.L.Gibson, en casa de D.W. Watley, ubicada en la segunda calle de Santiago (hoy Emilio Carranza), sino en el arribo de la Locomotora. Esto ocurrió el 13 de febrero de 1899, a las dos cuarenta y cinco de la tarde. Y no acababa allí el asunto, los uruapenses aclamaban a Porfirio Díaz, Aristeo Mercado y a la Compañía Ferrocarrilera. El corresponsal de La Libertad, que visitó Uruapan, observador perspicaz, comentaba: «La locomotora con sus estridentes silbatos y raudo desplazamiento saludaba a la ciudad del progreso.»

En un templete de madera ubicado a un lado de la vía, encontró confirmado este hecho singular con flores y champaña, allí, encaramadas y felices recibieron a la locomotora la señora Teresa Coria de Mercado y las prestigiadas señoritas Socorro Farías, Carmen Solorzano y Amalia Barriga. Acto seguido el prefecto Francisco Camorlinga, empuñando la bandera nacional, subió a una de las plataformas: «En seguida nuestro himno patriótico saludó con sus marciales notas a la locomotora que hacía su entrada triunfante, en tanto que una multitud de cohetes atronaban el espacio y el pueblo entusiasmado aclamaba al gobierno y a la progresista Uruapan.»

A todo esto, una línea de tranvías comunicó cabalmente Uruapan. El inicio de operaciones con fecha de noviembre de 1900. su gestor fue don Luis G.Valencia, quien en convenio con el ayuntamiento encargo los coches y las plataformas a Filadelfia.

  • El que va en tranvía con tiro de cuatro mulas al lado del conductor suele insistir en guiar a éste, pero tal manía yo no la manifestaba–dice don Hilario Valencia Juárez, con noventa y dos años de edad (q.ep.d), mi tío abuelo–, pues el conductor era mi padre Hilario Valencia Ortiz.
  • Yo prefería ir colgado de las plataformas; no me decían nada porque era hijo del conductor. Había primera y segunda clase; en una, cobraban quince centavos; en otra, diez; partía de la calle de Santiago (hoy Emilio Carranza) y concluía en la Estación del Ferrocarril Nacional de México. Orgulloso de sus singulares anécdotas, don Hilario Valencia Juaréz recuerda con mucha lucidez–Mi padre comandaba una flotilla de doce cargadores. En ocasiones para no sentir el cansancio prefería conducir el de pasajeros porque en plataforma tenía que ayudar con la descarga.
  • La Estación de los Tranvías s encontraba en la calle Bravo (Estación de los Bomberos). Las calles del recorrido: Satiago (Emilio Carranza), Cupatitzio, Morelos, Bravo, Las Flores (Aldama), Miguel Silva, San Francisco (Álvaro Obregón), 5 de Mayo, américas, hasta tocar con la casa del jefe de estación.
  • Estaban tan adiestradas las mulas que cuando se llegaba a la altura de la actual Escuela Francisco Camorlinga, se detenían éstas unos instantes para descansar.

De la obra URUAPAN, UN ARCÓN DE LOS RECUERDOS de Benigno Espinosa Calderón.

Por Benigno Espinosa Calderón.