TRANSPORTANDO EMOCIONES
En el articulo anterior comenzamos hablando de las razones por las cuales, cuando vamos creciendo, nuestro interés por manejar es exacerbado. Dándole continuidad a esta exploración hablaremos hoy de que es lo que pasa cuando, el ser adultos, la emoción y ganas de manejar van disminuyendo.
Habíamos dicho ya que conforme vamos creciendo nuestros niveles de madurez nos van demandando que probemos nuestros limites físicos, psíquicos y emocionales con la finalidad de autoconfirmarnos y darnos a nosotros mismos un lugar en el mundo.
Llegada cierta edad, y con ella la madurez física nuestro cuerpo toca su limite final, por ejemplo, dejamos de crecer, o emocionalmente pensamos mas en las consecuencias y ya no nos atrevemos a desafiar la gravedad, nos concebimos como adultos (a veces hasta responsables) y nuestras metas residen mas en el nivel profesional.
Ahora utilizamos el vehículo automotriz como un medio para llegar a objetivos más definidos y puestos hacia el exterior: transportar a los hijos a sus actividades, llegar a tiempo al trabajo, ir al super o al mercado y casi siempre, con el factor tiempo en nuestra contra.
Olvidamos con gran facilidad el disfrute que como jóvenes experimentamos puesto que la rutina, el trafico y las necesidades “adultas” nos abruman.
Mucho se habla de que como adultos nos hace falta la capacidad de asombro que tienen los más pequeños, puesto que nos sentimos o vivimos como que ya hemos experimentado lo suficiente o necesario. Esta excitación de tomar un volante, solo por el placer de movernos y de disfrutar un camino puede ser un buen desahogo y una buena manera de recordarte que aunque ya eres adulto, aun puedes disfrutar con lo más simple y cotidiano.
Una buena manera de comenzar a hacerlo diferente es que mañana tomes una ruta diferente al trabajo.
Lic. Psic. Aura J. Ruiz M.
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